martes, 10 de abril de 2012

La Selva

Mientras miraba esos tristes animales del otro lado de los barrotes, no podía dejar de imaginarme lo que sería vivir su vida; ser uno más como ellos, en su hábitat, tratando de sobrevivir las inclemencias constantes en esa salvaje naturaleza. No era la primera vez que pensaba en eso y tampoco sería la última.

Cada vez que veía a estos bichos mi cerebro comenzaba inmediatamente a dibujarme esa imagen entre nubes que sólo se ve en los dibujos animados. Y en esos momentos nada parecía afectarme más que mi propio pensamiento. Quedaba tan tildado como la estatua que decora la fuente del lugar. Estático, inmóvil.

©Pedro Mourelle. Todos los torcidos reservados.

En esa abstracción de pensamientos no siempre imaginaba lo mismo, al comienzo; pero siempre, de una forma u otra, esa ilusión terminaba de la misma manera. Esta vez me idealizaba como un guerrero. Un vencedor, un líder absoluto. Las demás bestias acataban mis caprichos, se apartaban de mi camino al pasar y se resignaban completamente a la selección natural que los colocó tantos peldaños por debajo de mí. Nadie podía enfrentarme, todos le temían al "gran cazador". No por nada me había ganado ese apodo, combatiendo contra las fieras más despiadadas y sanguinarias que se hayan conocido jamás.

Sin embargo ese pensamiento se volvía oscuro de repente. El respeto que las demás bestias me tenían de pronto se volvía temor, y las miradas de orgullo y admiración eran reemplazadas por miradas esquivas llenas de pavor. Y así como el respeto se hacía temor, el temor se hacía odio. Un odio feroz y despiadado. Un odio tal, que una sola mirada a esos ojos podía hacerme sentir todos sus pensamientos apuñalándome hasta el cansancio. No terminaba de comprender cómo mi comportamiento podría haber provocado ese cambio en los demás. O si el cambio en realidad era en mí.

Ahora me encontraba deshecho. Totalmente deshecho. Sumido en la más profunda paranoia, en la que el pánico a que esos monstruos horribles, que antes parecían tan simpáticos, quieran ahora arrebatarme lo que a fuerza de sudor y sangre había sabido conseguir. Ahora querrían hasta mi piel para abrigarse... y... mis huesos... para adornar sus miserables madrigueras! No les sería fácil, nada fácil!!

Estaba ya preparado para la pelea! Esperando el ataque en el que me defendería con uñas y dientes. Mientras Javier llenaba el balde con agua yo buscaba piedras, así podría resistir mejor el ataq...

¿Javier? ¿¿Javier?? ¿Pero qué hacía Javier ahí conmigo? ¿Y el balde... por qué suena tan... fuerte... el ruido del agua? Acaso esto...

En el balde de metal seguía cayendo el agua que escupía esa fuente de mierda, mientras Javier nos dejaba la palangana con las verduras frescas. Mi invasor de sueños, y cuidador desde hace años, estaba dejándonos la comida de la tarde. Lo hacía con la misma despreocupación de siempre, sin importarle en lo absoluto el calor, ni nuestro estado de ánimo, ni los demás humanos que curioseaban frente a nuestra jaula.

No hay comentarios: