sábado, 19 de mayo de 2012

La casa de al lado

- Andá a buscarla vos ahora! -La voz afónica de Diego retumbó en todo el patio mientras Santiago seguía la pelota con la mirada hasta perderla de vista detrás de la pared del vecino.
- Yo ya fui la última vez! Ahora le toca a otro!
- Santi... siempre lo mismo vos! 'Tás caliente que te toca ir al arco y sacás fuerte. Para qué sacás fuerte si la tirás siempre a la mierda? Ahora jodete.
- Eso -Martín se prendió a la reprimenda- el que la tira la va a buscar. Siempre hicimos así.

Viendo que no encontraba complicidad en la cara del gordo ni en la de Cristian, Santiago encaró para la vereda solo pensando que si la vecina estaba de mal humor, como de costumbre, iba a tener que usar todos sus dotes de adulador para recuperar la redonda.

Santiago era de meter goles seguido, el problema era que no le gustaba atajar. Así que el "metevá" terminaba siendo un juego de alegría amarga para él. Fiel a su temperamento, la bronca solía expresarla con lo que tuviera a mano, en este caso y para lamento de los demás jugadores, la pelota de fútbol.

El "fulbito" en el patio del gordo era cosa de todos los días. El patio era espacioso y los chicos eran medianamente chicos también, así que se prestaba cómodo para armar dos arcos y jugar la final del mundo: Argentina contra el último equipo que haya aparecido en la tele. Si ese día se juntaban pocos jugadores, podían hacer un metevá en pareja, o directamente cada cual para su puchero.

Los arcos estaban dibujados sobre paredes enfrentadas. Una de las paredes en las que se dibujaba el arco tenía unos cinco metros de altura, por lo que el riesgo de que la pelota pase por arriba eran casi nulas. Sin embargo, la pared del otro arco tenía poco más de dos metros de alto, lo cual sumado a la puntería de un niño de 8 años da como resultado una vecina enojada.

Más de una vez la vecina se topó con uno de los soldaditos haciendo "salvataje de pelota" tras las líneas enemigas, pensando que la dueña de casa estaba ocupada en su siesta y que no se daría cuenta que el tapial divisorio era fácilmente trepable por los huecos de los ladrillos gastados por el tiempo. Los momentos de adrenalina pura cuando se es perseguido por un extraño (o extraña) armado con una chancleta, eran las dosis de droga que mantenían la emoción diaria de un chico de pueblo en un estado en el que su imaginación y su corazón corren parejo. Pero, a menos que hayan pasado Rambo por la tele un rato antes, nadie se sentía con el coraje suficiente como para encarar semejante empresa.

- Dale Santi, que se hace de noche y me tengo que ir. Apurate!
- Si vivís acá a una cuadra, de qué te quejás!

Santiago le respondía a Cristian, sin darse vuelta siquiera, mientras arrastraba los pies en su lento y tortuoso camino a la vereda. Las peleas entre Santiago y Cristian eran habituales. Si se les preguntaba el porqué de esa enemistad no sabían qué decir, por más que llevaran puestas las camisetas de sus equipos como solían hacerlo. River y Boca generan esa clase de cosas en los chicos.

- Qué vueltero que es... La tira a la mierda y después se hace el bol...
- Bueno Cristian, ya está. Ya está yendo. Y dejá de putear, que sale mi viejo a cagarnos a pedos si nos escu-...
- Che, no está la pelota ahí!

Martín se había trepado a la pared y miraba por sobre ella con los brazos y la panza apoyados en el borde.

- Cómo que no está?! A ver...?
- Cayó por ahí me parece, pero no está...
- La habrá agarrado el perro?
- Mirá si la va a agarrar ese perrito de mierda, si la pelota es más grande que él.
- Qué kilombo que tiene la vieja esta, encima los yuyos crecidos... No se ve una bosta.

El patio era un verdadero desastre: chapas, ladrillos, bolsas, juguetes rotos y herramientas, todo rodeado de un óxido de décadas de abandono junto con los yuyales haciendo juego. Un par de casuchas de herramientas había aún en el fondo del patio (a la derecha de los plateístas del tapial), que bien pudo haber sido alguna vez el baño de la casa. Todo tenía un estado de abandono tal, que era difícil hacerse la idea que esa casa en realidad no estaba abandonada.

Los cuatro jugadores seguían buscando la pelota con la vista cuando escucharon los aplausos de Santi frente a la casa.

- Todavía no puso timbre la vieja?
- Si no viene nadie a verla, para qué lo va a querer? Jeje. Además hace rato que no la veo, capaz que se fue de viaje.

Santi se asomó al pasillo largo y vio al plantel colgado en el tapial.

- La ven?!
- No, pero sabemos mas o menos por donde cayó! No te atiende?
- No. Me parece que no hay nadie, se ve todo oscuro por la puerta! Qué hago? Me mando?

- Sí, mandate! - dijo el gordo- No debe haber nadie! Creo que se fue de viaje!
- Bueno... Pero acompáñeme uno!
- Nah! La tiraste vos, bancatelá ahora!


Puteando en voz baja Santi desapareció de la vista de los chicos y se acercó a la puerta verde de fierro. A través de ella veía lo que era el frente de la casa de la vecina. A pesar de que eran las 3 de la tarde, la sombra cubría la casa casi en su totalidad. La pared que separaba la casa de la casa de la esquina, del otro lado de la casa del gordo, era mucho más alta que los techos incluso, por lo que la casa de la vecina estaba a la sombra prácticamente el día entero.

La puerta de fierro de la vereda estaba en un estado tan lamentable como el resto de la casa. Sin manijas y cubierta mitad de óxido y mitad de pintura verde, la puerta demostraba que la vecina carecía totalmente de sentido de buen gusto. La continuaban unos cuatro o cinco metros de un patiecito abierto donde un caminito de ladrillos decorado tristemente con algunas flores llegaba a la puerta principal. La fachada de la casa, sin adornos, tenía la puerta de entrada al medio y dos ventanas una a cada lado, ambas con los postigos cerrados. La casa inspiraba así un silencio y soledad absoluta mientras el viento sacudía las ramas del enorme paraíso de la vereda.

Para llegar al patio de atrás, donde había caído la pelota, se podía usar un pasillo angosto ubicado a la izquierda de la casa y que la rodeaba a la sombra de la pared alta del otro lado. A Santiago ni a nadie le gustaba cruzar ese pasillo frío, sobretodo por la puerta que había sobre el final del mismo y que daba a la cocina de la casa. Aunque casi siempre estaba cerrada, hubo una vez en que un imprudente tuvo que dar serias explicaciones al no llamar a la entrada y luego tener que vérselas inesperadamente cara a cara con la vecina sentada en la cocina preparando el mate. Pero las ganas que Santi tenía de recuperar la pelota eran más fuertes que el miedo, sobretodo desde que el gordo le dijera que la vecina estaba de viaje.

Aplaudió una vez más por las dudas. Al no tener respuesta empujó la pesada puerta sin manija que chirrió al abrirse. No la abrió demasiado, solo lo suficiente para que pueda pasar su cuerpo de costado. Miró una vez más la puerta y las ventanas, respiró hondo y entró.

Avanzó unos pocos pasos por el patiecito casi conteniendo la respiración y sin poder apartar los ojos de la puerta de la entrada. Era una de esas puertas viejas, de dos metros de alto y con un montón de ventanales de vidrio desde la mitad hasta arriba. A través de los vidrios sólo se veía lo que parecía ser una cortina azul de flores rosas muy desgastada, atada en el medio, como habitualmente tienen ese tipo de casonas viejas. Por los costados de la cortina no se veía más que oscuridad.

- Qué cortinas chotas...

Mientras calculaba su próximo paso, le pareció ver entonces una luz en el interior de la casa. Por los costados de la cortina le pareció ver una especie de pequeña llama como de una vela aunque de color azul. Quiso enfocar mejor su vista para ver el interior de la casa e ignorar el reflejo de las rejas que ahora tenía a sus espaldas. Ahora todo estaba oscuro. Un paso más cerca y la vio nuevamente. Bajó la vista para ver donde pisar y no estropear alguna de las pocas flores que había al costado del caminito. Cuando volvió a levantar la vista, el interior de la casa se veía oscuro como antes.

Se quedó pensando si realmente vio algo adentro cuando algo se movió en el reflejo de la ventana y escuchó detrás de él:

- Y?? No entraste todavía??
- Diego y la reputísima madre que te parió!! Que cagazo, la puta madre! Cómo vas a aparecer así??
- Jejeje, la cara que pusiste jajaja.. Todavía no entraste?
- Me pareció que había alguien adentro. Pero capaz que era el reflejo tuyo. Llamé y no me atendió nadie. Ahora que estás acá, entrá conmigo.
- Dale -dijo Diego caminando muy resuelto para el lado del pasillo.

El pasillo era angosto y largo, de unos diez metros. Rodeaba la casa y llegaba directamente al patio grande del fondo.

- Bien! Bravo!! -aplaudían graciosos desde el tapial el gordo, Martín y Cristian- Por fín aparecen loco! Debe estar por ahí la pelota, atrás de la carretilla.

Los exploradores rodearon un par de yuyales y buscaron durante varios segundos.

- Y? La ven? Tiene que estar por ahí...

Diego y Santi buscaban alrededor de las montañas de escombros, entre las herramientas y bajo las chapas.

- No che, no está.
- Ahí está!! -dijo Diego- Al lado de la cucha esa.
- Ah, mirá... Desde acá no se ve -respondió la tribuna a la defensiva.
- Mirá lo que encontré. -Santi había encontrado lo que parecía ser un hueso de trapo, de esos que se suele dar a los perros cuando cachorros para que se mantengan entretenidos y entrenen sus dientes.
- Tirá eso boludo, mirá como está de mugriendo. Andá a saber toda la baba de perro que chupó esa cosa y los bichos que debe tener.
- A ver, Diego, Diego! -Santi le silbaba como si lo hiciera a un perrito- Va el huesito! Agarralo!

Divertido por el chiste, con la pelota en la mano, Diego sacó la lengua afuera y con los ojos bien abiertos se hizo el que lo quería atrapar el hueso con la boca.

La habilidad que Santiago tenía en los pies era muy superior a la que tenía en sus manos, por lo que el hueso que tiró se le desvió más de un metro por sobre la cabeza de Diego, golpeando de lleno contra la puerta de madera de la casucha y cayendo de seco al piso entre una nube de polvareda.

Los chicos en el tapial, con los brazos ya cansados de estar colgados y viendo que sus amigos estaban pegando la vuelta con la pelota, se descolgaron e improvisaban rápidamente una charla sobre el nuevo album de figuritas que vieron en una propaganda de la tele.

Santi y Diego, con la tranquilidad de andar en una casa vacía, iban al frente de la casa nuevamente mientras se reían de la mala puntería de Santi. Estaban entrando ya al pasillo cuando detrás de ellos escucharon un golpe seco, de algo duro golpeando una madera. Se dieron vuelta buscando a sus amigos en la pared, que seguramente les habían tirado algo para asustarlos o para hacer que se apuren, pero en el tapial no había nadie. Lo único que vieron a través de las montañas de basura era la puerta de la casucha, abierta de par en par y aún temblando por el rebote de la bisagra.

- Boludo, no se fue de viaje!! Hay alguien!! El perro!! -gritaban mientras corrían como locos por el pasillo.
- Dale, dale, dale!! Rajemos!!

Atravesaron el pasillo rápidamente hasta llegar al patiecito de la entrada. Por más que no se escuchaba ruido alguno desde el patio del fondo, todavía resonaba el eco de los pisotones de la corrida. Llegaron rápido a la puerta verde. Estaba cerrada.

- Boludo, cerraste la puerta cuando entraste!!
- No, yo no la toqué!
- Si vos entraste último!!

Trataron de abrir la puerta sin manija tirando de los barrotes. Los fierros de la puerta y su marco temblaban ruidosamente, pero parecían estar pegados por el óxido.

- Está trabada. Cómo hiciste para abrirla?! - preguntó Diego con la desesperación a flor de piel.
- Empujé nomás, si no tiene la trabita...!! Tirá fuerte! Abrila!

Al otro lado de los barrotes que temblaban, la calle estaba vacía. Un sábado a las 3 de la tarde es, para un pueblo, una hora en la que sólo se escucha el viento moviendo los árboles. Y este viento extrañamente confundía el ruido de las ramas con el de los fierros que golpeaban el marco de la puerta.

Un ruido proveniente del interior de la casa los hizo dar vuelta de golpe y pegar sus espaldas a la fría puerta verde, paralizados de miedo. La puerta ahora se veía totalmente oscura. La cortina de flores rosas que antes decoraba la puerta ahora ya no estaba y a través de los vidrios sólo se veía negrura.

Conteniendo la respiración y escuchando sus propios latidos, llevaban los ojos de la puerta al pasillo y del pasillo de nuevo a la puerta, por varios segundos que a ellos les parecieron eternos minutos, esperando que "algo" aparezca.

- Che... -escucharon detrás de sus espaldas.
- AAAAAAAHHH!!!

El grito de terror que Santi y Diego dieron, combinado con su abrazo instintivo, hicieron que el gordo, Martín y Cristian estallen en una carcajada monumental al otro lado de la puerta verde. Los tres de afuera no podían parar de reírse ante la sorpresiva reacción de los dos de adentro, que no podían parar de gritar y temblar volviendo su vista hacia la casa.

- Abran! Abran! No la podemos abrir!! Abrí, abrí, abrí!!! -decían al borde del llando detrás de los fierros verdes.

Cristian apoyó la mano en la puerta y la puerta se abrió sin ningún esfuerzo. Sin esperar a que se termine de abrir, Santi y Diego atravesaron la puerta, la cerraron y se alejaron rápidamente de ella. Al mirar hacia el interior descubrieron con terror que esas horribles cortinas ahora estaban nuevamente, colgadas e inmóviles junto a los vidrios de la puerta de la casa.

- No estaba esa cortina recién! No estaba... no... no... Nosotros no podíamos salir, y la cortina no estaba. Y el perro nos seguía en el pasillo. Y... y... - balbuceaba Diego como queriendo explicarles a los recién llegados parte de su sufrimiento a pesar de que en ningún momento había visto perro alguno.
- Che... -continuó Cristian con lo que quería decir mientras se secaba las lágrimas de las risas- Estábamos por ir al kiosco a ver si está el álbum de figuritas de la propaganda.
- No... no.... eh... qué?
- Que vamos al kiosco -Resumió Martín.
- No, yo me voy a mi casa - dijo Diego. - Tomá la pelota y... Pero q..???

Diego se paralizó al ver que lo que estaba extendiéndole al gordo no era la pelota, sino el hueso de trapo que había tirado Santi en el patio, del cual chorreaba ahora una especie de baba tibia. Con un grito de pánico tiró el hueso al interior de la casa a través de los barrotes y entró corriendo por el pasillo de la casa del gordo. Enseguida salió nuevamente montado en su bicicleta, pedaleando a toda velocidad. No miró para el lado de los amigos ni saludó, y se alejó rápidamente en la otra dirección yendo a su casa.

- Yo me voy también -Santi mantenía una calma extrema y una palidez absoluta-. La bici la vengo a buscar mañana, o sino... otro día. Chau.

Y se alejó caminando en la misma dirección en la que había salido Diego. Los tres que quedaban, sin entender absolutamente nada de la situación, notaron que Santiago de a poco aceleraba su paso hasta que lo perdieron de vista, cuando dobló la esquina, en la que ya era una corrida digna de competición.

- Qué pasó?? Y la pelota??
- Qué se yo. La pelota la deben haber tirado de vuelta a casa por arriba del tapial.
- Qué era lo que tenía Diego? Un hueso??
- No sé... fijate...
- No hay nada ahí. - Del otro lado de los barrotes no había nada en el piso, sólo algunas flores y el caminito de ladrillos que llevaba a la puerta.
- Bueno, vamos al kiosco o no vamos? - Propuso ansioso Martín.

A la vuelta del kiosco, como 2 horas más tarde, notaron cierto revuelo en la casa de la vecina del gordo. Estaba el auto de la policía, una ambulancia, una camioneta de los bomberos y un grupito de 10 personas en la vereda rodeando la puerta verde. Claramente, es mucho revuelo para un pueblo.

Los tres se acercaron al grupo de personas para ver qué pasaba. Cuando estaban llegando salían a la vereda un par de camilleros con una camilla totalmente cubierta por una sábana verde pálida. Era obvio, por la forma del bulto, que debajo de la sábana llevaban una persona, o un cadaver de una persona. Detrás salía un hombre con una caja de cartón.

Los amigos ya se habían integrado al grupo de curiosos, cuando un mal cálculo del tipo de la caja hace que ésta roce con el borde de la puerta trasera de la ambulancia y se le caiga al piso justo delante de los chicos. El espectáculo fue desagradable.

Una masa negra amorfa de olor nauseabundo, que alguna vez sería un perro, asomó por debajo de la caja que cayó dada vuelta al asfalto. Junto a la caja rodó un trapo pequeño con forma de hueso, bastante chamuscado, que los chicos, estupefactos, reconocieron inmediatamente.

Haciendo unos pasos instintivos hacia atrás y en silencio, permanecieron inmóviles mientras el hombre juntaba nuevamente los restos y el hueso dentro de la caja y la subía a la ambulancia.

Mientras tanto dos señoras detrás de los chicos cuchicheaban y se ponían al día con los eventos.

- Parece que llevaba varias semanas fallecida ya. Dijo el médico que más de un mes capáz.
- Pobre mujer... Elsa se llamaba, no? Vivía sola o qué?
- Sí, creo que era Elsa... No sé si la vi alguna vez por la calle. Vivía sola, sí. Todo el día en la casa con el perrito ese parece que estaba.
- Y qué le paso? Ese perro ese estaba quemado, no? Qué horror...
- Le explotó el horno decían recién los bomberos. Un escape de gas. Se ve que quiso prender el horno y salió un fogonazo que la envolvió. Viste que por ahí el horno te engaña con la llamita azul y después sale con todo? Bueno, sumale el horno del año de montoto que tenía, imaginate...
- Oooohhh qué horror!! Pobre mujer! Qué Dios y la Virgen la tengan en la gloria. Qué horror...
- Sí, pobre. Parece que fue algo rápido. Y el perrito andá a saber qué pensó o qué pasó que apareció quemado junto a ella.
- Qué espanto... Aaah!! Ya sé quién es esta mujer! Ahora la ubico. Sí... ya sé quien es! Era una que se la pasaba siempre mirando por la puerta, no salía nunca afuera.
- Claro, esa misma! Siempre estaba parada en la puerta, mirando a través de las ventanitas con su viejo vestido azul de flores rosas que usaba todos los días.

1 comentario:

dieberardo dijo...

Pedro, excelente como contas la historia, la empece a leer en remera y termine con campera y bufanda, el cagazo me dio un friiiio que no te das una idea.